El Teatro De La Vida, y El Aburridamente Predecible Deseo Innato De SER Libres

La libertad, según la Real Academia Española es la facultad natural que tiene el hombre (o mujer) de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos; otro significado que tiene es la libre determinación de las personas; y facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza.

Si hay algo que todos tenemos en común, es el aburridamente predecible deseo innato de ser libres, más, en este mundo tridimensional lleno de límites, especialmente de creencias limitantes implantadas en contra de nuestra voluntad por nuestra sociedad y cultura, siendo en lo más esencial de nuestra existencia pedazitos de luz de la Pura Consciencia (Dios), debemos aprender a jugar el teatro de la vida de manera que podamos estrechar nuestros limites lo más cercano que podamos a la infinidad. Y digo lo más cercano porque, nuestro cuerpo material no es infinito, lo material no es infinito, y eso lo podemos ver en toda la historia de la humanidad, y hasta la historia de los dinosaurios. Somos creación de la fuente infinita de energía, y qué hay más hayá de lo infinito pues lo infinito no tiene fin?

Sin embargo para llegar a ser libres es necesario pagar el precio, y pagamos el precio adquiriendo conocimiento, y aplicándolo con estructura, virtudes, y moral. Pues ser libres implica ser parte de las causas, y ser parte de las causas implica ser creadores de los efectos, y para ser creadores de los efectos es necesario conocernos, y adquirir discernimiento entre lo que somos, lo que no, lo que nos quema y lo que nos acaricia el alma con amor, para poder reflejarlo al mundo. Pues nuestra creación es un espejo de nosotros mismos, lo que creamos carga con nuestra esencia, desde lo más material hasta lo más etéreo. Desde un negocio, hasta nuestros niños.

El verdadero desafío, entonces, no reside en anhelar esa libertad aburridamente predecible, sino en aceptar el rigor que exige. No hay un salto mágico hacia la infinidad, sino una disciplina constante. El precio que pagamos no es un castigo, es la estructura que le damos a nuestra luz, para expandirla lejos del caos.

La virtud y el conocimiento no son cadenas; son el lenguaje preciso que nos permite comunicarle al universo la inmensidad que llevamos dentro. Cada acto de discernimiento, cada elección basada en la virtud, es un límite autoimpuesto que, paradójicamente, expande nuestra capacidad creadora.

Si somos pedazitos de la Pura Conciencia (Dios) , creadores de efectos y responsables de las causas, nuestra vida es el lienzo, el canvas, el tejido entre las lineas de tiempo que queremos crear. Y al pulir ese lienzo—al dedicar nuestra energía a conocernos y a actuar con moral—nuestra obra final (nuestro negocio, nuestros escritos, nuestros hijos, y nuestra propia vida) dejará de ser un reflejo turbio y se convertirá en un espejo límpido de la fuente de amor infinito.

Ahí, en esa máxima expresión de nuestra esencia individual, donde el límite material se estrecha lo más posible contra lo infinito, es donde el deseo innato de ser libres finalmente deja de ser impredecible o inalcanzable para volverse inevitable.

La verdadera libertad es la destreza adquirida de obrar, o no obrar, como la Conciencia dicta. Y esa destreza, sí, se entrena todos los días.

La libertad no es ausencia de reglas, es la maestría sostenible de las reglas internas en un universo lleno de infinitas posibilidades. Y el camino para alcanzarla se llama Fuerza de Voluntad, pues para alcanzar, necesitas probar que eres responsable de tus actos.

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El eterno efecto y las infinitas causas